Arístides Giavelli (Satiago, S/F)

Crónica Única de María Asunción, perdida en Santiago
(Fragmentos)

Esa quietud se vestía entera para la ocasión
Su figura era un reposo de huesos en silencio
Los tacos iban livianos y el gesto descarado
de su ausencia aleve ocupaba ya todo el ataúd.
Un par de comadres del conventillo, toda tu adoptada parentela,
hurgueteaba y se repartía tus míseras pertenencias escasas
Porque, ¿quién sabe y se ocupa de esta nuestra muerte, Johana?
Quizás, la oscuridad que vuelve siempre, nos oculta y nos acecha
La noche fue el consabido escenario que delató tu indisimulada
lejanía, y en ella se esparció el rumor susurrando que no
estabas más en el ambiente; callados así lo comprendimos,
pues de estas sombras que eran tu reinado sólo habrías de
escapar mezclándote con el silencio del suelo, en secreto;
¿Acaso te devoró la luz del día, te deshizo la claridad, Johana?
En verdad, de bautizada, y por la madre, eras María Asunción,
Y de los trajines por la ciudad apagada fuiste alguna Cenicienta
que huye con el amanecer; de esas tantas que al irrumpir
los bostezos salen a deambular y no se detienen hasta que
se disipa el intenso luto del cielo; arrastrando sus chalas
heladas, repitiendo esas huellas al amparo de las mismas
esquinas; ofreciendo complicidad para el placer de pasada
en los solicitados pasajes, recovecos infames y discretos;
Sabia en esta variante extraña y solapada del amor clandestino
Te dejabas ir, ningún recelo, en las aguas cristalinas o barrosas
de cualquiera, sumergiéndote por los laberintos retorcidos
e inesperados que las almas imaginan cuando aventuran un
querer, segura de que todos los mortales han de desmayar
ardiendo en los océanos revueltos donde los náufragos nos
buscamos desvestidos y nos hallamos, al fin, desnudos;

6

Y llegaste a saborear estos misterios infinitos y reiterados que
los cuerpos inventan hasta perder el aliento, cuando nos
aferramos al más próximo, arañándonos los unos a los otros
hasta herirnos en un eléctrico vértigo atropellado y fugaz;
El fuego en arrebatos
Y así que llegue al fin ese espasmo jadeante, y exhalar un febril
suspiro subterráneo, un desahogo extremo de bruces en la
playa lavada y tibia y vaciada, donde se ha arribado...
Para luego reencontrar el sinsabor de nuestra alucinada y breve
temporada;

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